A propósito de un artículo escrito por mi colega Susana Guerini (leer artículo), he querido también reflexionar sobre este tema que a todos los que trabajamos con Mandalas nos incumbe.
Inicia el artículo con la siguiente frase: “Hay que tener muy claro qué estoy buscando en el trabajo con los Mandalas y cuál es mi motivación”. Luego menciona solo dos maneras de hacerlo, que según su opinión son las que existen, dividiendo esta búsqueda en: O un trabajo estético y/o artístico, o a partir de un enfoque de utilización terapéutica, espiritual y como herramienta de auto-conocimiento. Luego expone su parecer rica y largamente, aclarando que si bien trabajar sobre Mandalas de un modo artístico es válido, en su opinión puede resultar superficial.
Si bien estoy de acuerdo con su crítica a la banalización del trabajo con Mandalas por medio de criterios estandarizados -como ser repitiendo información sobre Mandalas sin ningún tipo de elaboración, o propagando definiciones e interpretaciones sobre colores y formas como si fuesen recetas, o como una invitación al consumo rápido de un producto espiritual-, creo que el que también sea tratado como un arte (que de hecho lo es) no resta espiritualidad ni a su contenido ni a su utilización, tanto durante su realización como posteriormente a esta. De hecho puede hacerse un recorrido por los usos de los diagramas Mandálicos a lo largo de la historia de la humanidad (Carl G. Jung) para observar qué tan disimiles son no solo en cuanto a su manufactura sino también a la manera de ser empleados.
Considero que incluso al trabajar de manera superficial sobre un Mandala (como un arte decorativo, por ejemplo), el poder que emana de él (“su valor, su magia, sus misterios, sus bondades”) llega a quien comienza esta maravillosa búsqueda aunque más no sea de manera inconsciente. De este modo se estaría comenzando por la superficie, tanto del Mandala como de uno mismo, lo cual sería un importantísimo primer paso al auto-conocimiento. También puede resultar ser la misma superficie la finalidad de la búsqueda, ya que es cierto que a veces no se busca ni se espera más que un bonito Mandala que adorne un espacio, situación que en este articulo al que hago referencia se caratula como “superficial”, utilizando esta palabra únicamente bajo su acepción negativa.
Ahora bien, pensemos en esta palabra despojada de su uso negativo. Pensemos en la superficie de las cosas… por ejemplo la superficie de un lago, que puede despertar nuestra espiritualidad al brindarnos la posibilidad de su existencia: Un atardecer que se refleja en su superficie, la delicia de tocar con la mano ese límite entre un elemento y otro… Es gracias a la superficie de algo determinado que puede existir su profundidad. No todas las personas en todo momento pueden o quieren emprender un viaje hacia las profundidades, y no por eso debería privárseles de disfrutar de la superficie bajo la que existe algo profundo. De hecho, lo maravilloso de este arte es su generosidad absoluta, capaz de abarcar todas las capas posibles del conocimiento, desde su superficie estética hasta su profundidad espiritual.
Personalmente considero que facilitar la posibilidad de realizar este recorrido es una de las mayores virtudes del arte del Mandala, y que realizar este recorrido de manera personal es el único modo que existe de hacerlo. Para esto, tal vez la búsqueda personal comience en la superficie de la imagen de un Mandala, que a primera vista nos parece bonita y que por eso decidimos tenerla al alcance de nuestra mirada en algún ambiente que habitamos cotidianamente. Tal vez el recrear nuestra mirada en ese Mandala o ensimismarse y extraviarse en pensamientos mientras posamos nuestros ojos sobre esa imagen sea una de las tantas maneras de reflexionar, de meditar, de conocerse a uno mismo… Y tal vez haya quienes inicien su búsqueda espiritual en la maravillosa superficie de un Mandala, a través de sus líneas y colores que en principio parecen ser solo un bonito dibujo pero que, al observarlo regularmente, nos devuelve a un estado de conciencia armonioso y gratificante.
Por otro lado existe también algo llamado “goce estético”, lo cual no creo que deba tomarse como algo superficial sino todo lo contrario, ya que es una suerte de ventana que se abre a las delicias tanto de este como de cualquier otro arte, y que puede ser desarrollado mediante la concentración en lo que uno está percibiendo: una pintura de Manet, una sonata de Chopin o incluso una coreografía de Isadora Duncan.
Mi intención con estas palabras es la de procurar no expandir un pensamiento fundamentalista sobre el trabajar con Mandalas, ya que es algo que no se cierra en sí mismo para dejar a unos dentro y otros fuera, sino que se abre a cada uno de nosotros en todo su esplendor para ser apreciado desde su existencia más superficial hasta sus profundidades más ignotas.
Helena Líndelen
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Helena Líndelen © 2015, Profesora de dibujo y pintura de Mandalas www.helena-lindelen.blogspot.com Todos los derechos reservados.
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